viernes, 17 de agosto de 2018

EL PASADO VINO AL PRESENTE


EL PASADO VINO AL PRESENTE.
Era tarde, la emoción de los recuerdos daba vueltas en mi mente. Manejaba rumbo a la ciudad que me vio nacer profesionalmente. Acompañado de mi esposa y dos de mis nietos nos apresurábamos a llegar. Mi intención era llegar para ensayar la poesía que me tocaba declamar en el programa; a lo mejor no era necesario porque los que fueron mis compañeros en la rondalla de la escuela eran hábiles en la ejecución instrumental. Los hermanos Montiel sabían ejecutar con maestría los instrumentos de cuerdas que tocaban.
Con estos pensamientos cayó la noche. Ya era tarde; me instalaba en el hotel cuando los mensajes sonaban insistentes. Por más que me apuré no pude llegar antes. Solo los mensajes de algarabía de mis compañeros de aquella época me llenaban de ansiedad y un gran deseo  para que el otro día llegara.
Muy temprano, mi  familia y yo nos trasladamos al mercado donde se degustan ricos desayunos. Tan pronto terminamos nos dirigimos al hotel, debería portar el uniforme previsto para la ocasión. Azul y blanco, como en los tiempos de estudiante, así iría al encuentro de mis amigos de hace cuarenta años. Aquéllos jóvenes profesionistas con sueños y deseos de ejercer la noble profesión de enseñar.
Ya arreglados, mi familia y yo enfilamos hacia “el calvario”; capilla en que se celebraría la misa de bienvenida a los integrantes de la generación normalista del año 1978. Y ahí estábamos. Me dirigí hacia el templo mientras mi esposa cerraba el vehículo que nos transportaba. La misa ya había empezado. Sigilosamente me introduje en el recinto donde oficiaba la misa el padre, quien también fuera compañero de aquella institución. Yo buscaba los rostro de aquellos compañeros de juventud,  ninguno visible, rostros diferentes, mi mente trataba de adivinar y fusionarlos con los de antaño. Qué complejo. Furtivamente volteaba para ver quien se sentaba tras de mí. Ahí estaba mi maestra de Español. Inconfundible. La maestra Everth.
El protocolo religioso llegaba a su fin; las ofrendas, la paz, el sermón y la bendición. Se veían las caras sonrientes y la petición del clérigo. __Ojalá y se vuelvan reunir…__
Salí a la explanada, empecé a saludar uno a uno de mis compañeros normalistas y algunos de mis maestros que acudieron al llamado de la generación 74-78. Ahí estábamos, juntos otra vez entre saludos y sonrisas. El trabajo fotográfico era incesante, las cámaras no paraban de cliquear. Era una fiesta de palabras y expresiones de asombro.
__El microbús está en la entrada__ se escucharon  los gritos. Todos acudimos al llamado. Aquel vehículo nos trasladaría hasta el cementerio donde se haría una ofrenda floral al que fuera director de la Normal Gustavo Díaz Ordaz. Como colegiales en el micro, cantando y gritando consignas. Como si el tiempo de estudiante se hubiese detenido dentro del transporte. Como si fuera una máquina del tiempo que nos hubiera regresado al pasado.
Ya en el cementerio, hubo discursos y palabras emotivas para el “padre Mario” como se le conoció en los tiempos escolares. Ahí estábamos, cuarenta años después de graduarnos en su escuela. Ahí estaba el producto de la semilla sembrada 40 años antes; orgullosamente maestros que habían cumplido con la misión de educar. Ahí estaban los que habían cumplido la promesa de no corromperse y “no ser maestros memeleros”. Ahí entregaban su ofrenda y su reconocimiento a quien hizo cambiar nuestra  existencia.
Con la alegría del momento volvimos al micro, llegamos al centro de la ciudad donde se desbordaron las travesuras infantiles cuando nos tomamos fotos en una fuente con el nombre de Acatlán. Viejos recuerdos trajeron  la nostalgia. Aquellos tiempos cuando dábamos vueltas y vueltas en el parque con la novia o las amigas… o cuantas veces disfrutando de las kermeses que la escuela organizaba.
El microbús regresó al calvario donde habían quedado nuestros vehículos.  Ya al lado de mi esposa abordamos nuestro vehículo nos dirigimos al salón de eventos donde familiares y amigos esperaban. Por un momento perdí el rumbo pero preguntando pude llegar al lugar…
Ya estaban todos. El protocolo de organización era de entrar cuando nos nombraran.
Y empezamos. Uno a uno, como aquella vez cuando nos graduamos. La potente voz de nuestro maestro de Educación Artística hacía evocar el pasado. El maestro Mauro, como cariñosamente le decíamos, completaba perfectamente el momento.
Cada uno ocupó el lugar predestinado por los organizadores. Y así fue como el pasado Vino al presente. Donde una vez más nos sentimos jóvenes a pesar de no serlo. Ahí participamos en el programa preestablecido por los organizadores; donde cada quien recordó  sus aptitudes y habilidades. Donde platicamos, brindamos, bailamos y confirmamos la empatía que nos une a cada participante. “El placer de ser maestro”.
21/07/2018


1 comentario:

  1. Momentos alegres , momentos que se viven, siamos en ellos, feliz día Mundo.

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