EL PASADO VINO AL PRESENTE.
Era tarde, la emoción de los recuerdos daba vueltas en mi
mente. Manejaba rumbo a la ciudad que me vio nacer profesionalmente. Acompañado
de mi esposa y dos de mis nietos nos apresurábamos a llegar. Mi intención era
llegar para ensayar la poesía que me tocaba declamar en el programa; a lo mejor
no era necesario porque los que fueron mis compañeros en la rondalla de la
escuela eran hábiles en la ejecución instrumental. Los hermanos Montiel sabían
ejecutar con maestría los instrumentos de cuerdas que tocaban.
Con estos pensamientos cayó la noche. Ya era tarde; me
instalaba en el hotel cuando los mensajes sonaban insistentes. Por más que me
apuré no pude llegar antes. Solo los mensajes de algarabía de mis compañeros de
aquella época me llenaban de ansiedad y un gran deseo para que el otro día llegara.
Muy temprano, mi
familia y yo nos trasladamos al mercado donde se degustan ricos
desayunos. Tan pronto terminamos nos dirigimos al hotel, debería portar el
uniforme previsto para la ocasión. Azul y blanco, como en los tiempos de
estudiante, así iría al encuentro de mis amigos de hace cuarenta años. Aquéllos
jóvenes profesionistas con sueños y deseos de ejercer la noble profesión de
enseñar.
Ya arreglados, mi familia y yo enfilamos hacia “el
calvario”; capilla en que se celebraría la misa de bienvenida a los integrantes
de la generación normalista del año 1978. Y ahí estábamos. Me dirigí hacia el
templo mientras mi esposa cerraba el vehículo que nos transportaba. La misa ya
había empezado. Sigilosamente me introduje en el recinto donde oficiaba la misa
el padre, quien también fuera compañero de aquella institución. Yo buscaba los
rostro de aquellos compañeros de juventud,
ninguno visible, rostros diferentes, mi mente trataba de adivinar y
fusionarlos con los de antaño. Qué complejo. Furtivamente volteaba para ver
quien se sentaba tras de mí. Ahí estaba mi maestra de Español. Inconfundible.
La maestra Everth.
El protocolo religioso llegaba a su fin; las ofrendas, la
paz, el sermón y la bendición. Se veían las caras
sonrientes y la petición del clérigo. __Ojalá y se vuelvan reunir…__
Salí a la explanada, empecé a saludar uno a uno de mis
compañeros normalistas y algunos de mis maestros que acudieron al llamado de la
generación 74-78. Ahí estábamos, juntos otra vez entre saludos y sonrisas. El
trabajo fotográfico era incesante, las cámaras no paraban de cliquear. Era una
fiesta de palabras y expresiones de asombro.
__El microbús está en la entrada__ se escucharon los gritos. Todos acudimos al llamado. Aquel
vehículo nos trasladaría hasta el cementerio donde se haría una ofrenda floral
al que fuera director de la Normal Gustavo Díaz Ordaz. Como colegiales en el
micro, cantando y gritando consignas. Como si el tiempo de estudiante se
hubiese detenido dentro del transporte. Como si fuera una máquina del tiempo
que nos hubiera regresado al pasado.
Ya en el cementerio, hubo discursos y palabras emotivas
para el “padre Mario” como se le conoció en los tiempos escolares. Ahí
estábamos, cuarenta años después de graduarnos en su escuela. Ahí estaba el
producto de la semilla sembrada 40 años antes; orgullosamente maestros que
habían cumplido con la misión de educar. Ahí estaban los que habían cumplido la
promesa de no corromperse y “no ser maestros memeleros”. Ahí entregaban su
ofrenda y su reconocimiento a quien hizo cambiar nuestra existencia.
Con la alegría del momento volvimos al micro, llegamos al
centro de la ciudad donde se desbordaron las travesuras infantiles cuando nos
tomamos fotos en una fuente con el nombre de Acatlán. Viejos recuerdos
trajeron la nostalgia. Aquellos tiempos
cuando dábamos vueltas y vueltas en el parque con la novia o las amigas… o
cuantas veces disfrutando de las kermeses que la escuela organizaba.
El microbús regresó al calvario donde habían quedado
nuestros vehículos. Ya al lado de mi
esposa abordamos nuestro vehículo nos dirigimos al salón de eventos donde
familiares y amigos esperaban. Por un momento perdí el rumbo pero preguntando
pude llegar al lugar…
Ya estaban todos. El protocolo de organización era de
entrar cuando nos nombraran.
Y empezamos. Uno a uno, como aquella vez cuando nos
graduamos. La potente voz de nuestro maestro de Educación Artística hacía
evocar el pasado. El maestro Mauro, como cariñosamente le decíamos, completaba
perfectamente el momento.
Cada uno ocupó el lugar predestinado por los
organizadores. Y así fue como el pasado Vino al presente. Donde una vez más nos
sentimos jóvenes a pesar de no serlo. Ahí participamos en el programa preestablecido
por los organizadores; donde cada quien recordó
sus aptitudes y habilidades. Donde platicamos, brindamos, bailamos y
confirmamos la empatía que nos une a cada participante. “El placer de ser
maestro”.
21/07/2018
Momentos alegres , momentos que se viven, siamos en ellos, feliz día Mundo.
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